En este mundo ya no hay tiempo para nada que no sean las computadoras, los celulares y la tecnología. El cuidado de la salud es un tema secundario para muchos; es por eso que ésta en algunas personas, cuando llegan a viejitos, es muy mala. Se olvidaron de cuidarse cuando eran jóvenes y al envejecer su cuerpo es frágil.
En este mundo ya no hay tiempo para nada que no sean las computadoras, los celulares y la tecnología. El cuidado de la salud es un tema secundario para muchos; es por eso que ésta en algunas personas, cuando llegan a viejitos, es muy mala. Se olvidaron de cuidarse cuando eran jóvenes y al envejecer su cuerpo es frágil.
Don Manuel era una de esas personas. Él tuvo que trabajar desde joven cultivando vegetales para una empresa transnacional. Todo el tiempo estaba en contacto con fertilizantes químicos y a pleno rayo de sol. Cuando llegó su momento de retirarse a descansar, no pudo hacerlo, pues no tenía familia que le ayudara con los gastos por lo que siguió laborando. Sin embargo, el trato continuo con los químicos fue afectando cada vez más su vista. Un día colocó una papa en la caja de las jícamas. En otro fueron tres zanahorias que aparecieron en con las calabazas. Esto molestó a sus jefes que le dijeron que tuviera más cuidado. Aun así los errores eran cada vez más comunes y el enfado de sus superiores: peor. Hasta que terminaron por despedirlo.
Don Manuel tuvo que vender las verduras que cosechaba en la parcelita de atrás de su casa para poder sobrevivir. Su vista era casi nula, por lo que sus otros sentidos le ayudaban a compensar. Fue así que comenzó a reconocer las calles del pueblo por sus aromas, por lo empinado de éstas. Fue capaz de reconocer a la gente por las voces o por el ruido de su caminar; así como de saber cómo iba a estar el clima por la sensación de humedad en su piel, el viento en su cabello o los diferentes tipos de calor a lo largo del día.
Poco a poco se dio cuenta que era aprendió a identificar los distintos árboles por los que pasaba de camino a su casa gracias a los zumbidos de las abejas. Esto le causó mucha curiosidad, siempre pensó que el zumbido era sólo uno, más no era así. Buscó a alguien que le explicara por qué las abejas tenían zumbidos tan diferentes. La gente del pueblo le dijo que buscara a una niña que hablaba con ellas. Don Manuel se sorprendió al saber que alguien podía poseer esa capacidad.
Después de buscar un poco encontró a esa niña. Supo que era ella, pues la escuchó tratando de imitar los diferentes zumbidos. Aunque era muy buena, había una pequeña diferencia entre el sonido de ella y el de los insectos que la rodeaban.
Don Manuel se acercó y le pidió ayuda. Quería saber todo sobre las abejas y más sobre los distintos tipos de árboles que las atraían.
Durante varios días Don Manuel siguió a la niña por todo el pueblo. Mientras, ella le explicaba con detalle cada árbol y flor del pueblo. El hombre se sorprendió de la cantidad y diferencia que había entre cada planta. Se preguntó cómo era que nunca lo notó a pesar de haber pasado toda su vida en el campo.
Durante sus caminatas, la niña le contó a Don Manuel sobre los distintos tipos de abejas que volaban cerca de las flores. Algunas eran negras, otras eran de colores vistosos como el amarillo o el naranja. Había unas muy pequeñitas, como granos de chía. Otras eran verdaderamente enormes, casi tan grandes como el dedo pulgar de Don Manuel. La niña le contó de unas llamadas “trompeteras”.
—Mi abuela usaba la miel de esas abejas para curar los ojos —contó. —¿Y cómo podemos conseguir la miel de esas abejas? —preguntó Don Manuel. —Primero debemos encontrar algo que parezca una trompeta y después debemos convencerlas para que nos dejen sacar un poco de su miel.
—Pues busquemos a esas trompeteras a ver si pueden curar mi vista —exclamó Don Manuel emocionado.
No tuvieron que buscar mucho hasta que encontraron una abeja trompetera y la comenzaron a seguir. Cuando la niña la perdía de vista, Don Manuel era capaz de seguirla gracias a su zumbido. Tardaron bastante en llegar hasta su nido, jamás pensaron que una abeja pudiera alejarse tanto de su hogar.
De repente Don Manuel se quedó muy quieto, el zumbido se había intensificado. La niña pudo ver a un grupo numeroso de esas abejas danzando alrededor de una trompeta hecha de cera.
—¡Ahí está el nido! —gritó emocionada
Con cuidado se acercó hasta las abejas para poder hablar con ellas y ver si podía conseguir un poco de miel. Hizo lo mismo que le enseñó su abuela. Las abejas salieron del nido y se le enredaron en el cabello para poder jalarla hacia el tronco de un árbol caído. La niña nunca se asustó. Su abuela le explicó que así era como ellas actuaban. En el árbol había un hueco lleno de cántaros de miel muy pequeñitos. Con la ayuda de Don Manuel, tomaron un pedazo del tronco y se lo llevaron a casa del anciano.
La niña sacó uno de los cantaritos y se lo dio a Don Manuel al tiempo que le decía: —Debes ponerte una gota de miel en cada ojo. Una por la mañana y otra por la noche, diariamente. Mi abuela me contó que esta miel estaba hecha de luz de sol y que por eso cura la vista.
Don Manuel se emocionó y se colocó una gota de miel en el ojo derecho. ¡Pero cómo ardía! Don Manuel sintió un ardor peor que cuando trabajaba con los fertilizantes químicos que le dejaron ciego.
La niña explicó que era normal. Mucha gente que iba a buscar la cura con su abuela no regresaba por miedo a que les hiciera más daño. Pero el dolor se iría, y así fue. Poco a poco el ardor pasó dejando en su lugar una sensación de frescura. Don Manuel sintió su ojo descansado así que se puso una gota en el ojo izquierdo.
“Total, ya estoy ciego” pensó.
Don Manuel continúo haciendo lo que la niña le dijo por varios meses. Cada mañana y noche, una gota en cada ojo. La niña lo visitaba diario para platicar con él, muchas veces iban a caminar.
Un día, cuando Don Manuel saludó a la niña le dijo: —Qué lindo moño traes.
Ella le agradeció y de repente se dio cuenta de lo que Don Manuel le había dicho.
—¿Cómo supiste que traigo un moño? —Puedo verte —dijo él con una sonrisa—. Llevo un tiempo dándome cuenta que cada vez veo mejor, pero no quería decirte nada hasta comprobar que la miel realmente me estaba haciendo bien. Ahora ya veo, casi, como cuando era joven.
La emoción de ambos fue inevitable. Desde ese momento decidieron convertirse en guardianes de las abejitas trompeteras y enseñarle a la gente lo importantes que son.
Algunos años después, Don Manuel murió. Pero la niña sigue llevando a cabo la labor de proteger y enseñar sobre las abejas a todo aquél que esté dispuesto a escucharla. Hoy su casa está rodeada de nidos de abejas sin aguijón que ha rescatado de diferentes lugares.